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La Academia de la Publicidad nos enseña

Daniel Campo, director de El Publicista (Columna del número 242 de El Publicista)

Cada año resulta imprescindible asistir a la entrega de los Premios de Honor de la Academia de la Publicidad, no solo por honrar a unos merecidos profesionales que se han destacado por hacer de la publicidad una profesión envidiable y reconocida, sino porque los que participan en ese acto dejan huella de su experiencia y saber para bien de la profesión. El año pasado Joaquín Lorente, flamante miembro de honor de la Academia, hizo defensa del sector publicitario como creador de la denostada clase media española. Este año, el presidente de la Academia de la Publicidad, el insigne Julián Bravo, nos dejó para la historia la necesidad de la autocrítica y el anhelo por recuperar el orgullo perdido de ser publicitario.”Hemos perdido el sentimiento de pertenencia a una profesión que permitía iniciativas, proyectos personales, logros, campañas eficaces que podían cambiar el pequeño mundo de nuestro alrededor”, decía Julián, quien se quejaba de que “andamos quejosos y sin iniciativas, sin enfrentarnos a algunos de los problemas que son viejos, del pasado, y sin buscar nuevas respuestas a los retos que nos plantea el futuro”. Este ilustre “hombre tranquilo” de la publicidad apuntaba que hay que hacer como deberes el conversar más con el ciudadano y anunciarse más. Dos apuntes que tenemos que contemplar como esenciales. Antes que consumidor, éste es ciudadano al que hay que convencer para consumir, empleando para ello las técnicas que dan origen y consistencia a la profesión publicitaria. Su aceptación o rechazo dependerá de cómo los publicitarios se acerquen a él. Dentro de unos días la AEA celebra su foro anual con la intención de buscar las claves para ese acercamiento y para promocionar la publicidad fuera de nuestro sector. Pero también dentro hay que olvidarse del manido “en casa del herrero cuchillo de palo” y anunciarse. Hace unos días se celebró el OMExpo en Madrid, con una gran afluencia de empresas participantes, muchas de ellas en el anonimato más puro porque no difunden sus enseñas entre los anunciantes y agencias de medios. Todos estamos en este barco y todos tenemos que remar sobre las aguas turbulentas de la crisis, de las dependencias financieras y de los cambios tecnológicos, pero hay una cosa clara, nadie, salvo nosotros, nos va a devolver el orgullo perdido.