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Filtración de datos: que Facebook nos conoce muy bien, no es una novedad

Por Ida Vega
 
Tal vez, las primeras veces que nos pasó, nos llamó la atención, pero ahora es moneda de cambio frecuente que cada día nos lleguen a través de Facebook anuncios comerciales, casi en exclusiva de aquellos productos y marcas que nos interesan, o de aquellas empresas de las que acabamos de visitar su web. Ya no sorprende.
 
Es por eso, que sin haber entrado en la cocina de la reflexión profunda sobre cómo y hasta donde nos conoce Facebook, no nos pille de nuevas que la red social cuenta con una poderosa herramienta para saber quiénes somos, qué nos gusta, qué no, por donde andamos y cuáles son nuestras preferencias, y la herramienta/producto: somos nosotros.
 
Y esto –que de alguna manera ya sabíamos porque los usuarios podemos ser muchas cosas, pero no somos tontos- ocurre casi, y enfatizo el ‘casi’ sin que nos demos cuenta. Era solo cuestión de tiempo, que esa capacidad de la red social, pasase del ámbito de lo comercial, al terreno de lo persuasivo, que es donde la propaganda política campa a sus anchas.
 
Si nos parece mal que nos lleguen anuncios comerciales, debería parecernos igual de terrible que nos llegue publicidad política-propaganda, que en esencia busca lo mismo que la publicidad comercial: orientar nuestra opinión en torno a un cierto voto.
 
Así, el escándalo acaecido en relación a la presunta filtración de datos de unos 50 millones de usuarios de Facebook a la consultora Cambridge Analytics usados para influenciar en la intención de los votantes durante las últimas elecciones de Estados Unidos nos suena a espionaje. Y esto, en buena parte se debe a que la población no es consciente de cómo se están utilizando todos esos datos. Las redes sociales, tienen acceso a toda la información que compartimos con ellos desde el momento en el que estamos dando el 'enter' para poner nuestra contraseña. Nuestros simples comentarios a amigos, las personas que agregamos, dónde nos movemos, si lo analizamos fríamente, concluiremos que no tenemos ninguna privacidad.
 
En lo concerniente a Facebook, el problema de fondo, no está únicamente en el mensajero, o en el intermediario, si no en la forma –presuntamente fraudulenta- de obtener los datos de los usuarios. Podemos elevar la voz contra los responsables, pero hacerlo supondría demonizarnos a nosotros mismos y a nuestro modo de vida, porque recordémoslo; nadie nos obligó a entrar en ninguna red social. Si ya había propaganda antes de Facebook, eso es que la red social no es el problema. No es nuevo que las marcas usan los datos que Facebook les proporciona con fines comerciales, o incluso para mejorar la experiencia del usuario. No es, por tanto, una novedad la transferencia de dicha información. Al final todos somos conscientes de que nuestros datos, desde el principio, han sido utilizados.
 
El problema estaría en que no sabemos a dónde van a ir a parar esos datos, ni para qué, ni –en la mayoría de los casos- por quién van a ser utilizados. La obtención de datos de cada cual tiene una dimensión legal y una componente moral o personal. A diario, todos comunicamos mucho sobre nuestros gustos, con nuestros likes, con las páginas que seguimos, con las fotos que subimos; incluso con los comentarios que hacemos, del lugar en el que estamos, al que planeamos ir, con quién nos reunimos y como empleamos nuestro tiempo de ocio, incluso cuáles son nuestros gustos musicales, nuestras preferencias políticas y el tipo de cine que consumimos. La mayoría de esos datos los compartimos conscientes de que los hacemos públicos. Es precisamente esa vena narcisista la que permite a las marcas –y ahora empezamos a tener indicios de que también a los gobiernos y a los partidos políticos- entrar hasta la cocina de nuestra vida.
 
Las leyes de protección de datos, se crearon para poner tornos de contención y protegernos a todos y cada uno de nosotros, pero lo cierto es que el vacío legal que hay en Internet es enorme. El poder lo tienen ellos [los propietarios de las redes sociales] porque estamos en su casa. Aun así, es previsible que se tomen medidas legales a raíz de este escándalo porque las leyes van evolucionando en función de las nuevas tecnologías y los nuevos parámetros sociales. En este sentido, la situación ha mejorado en los últimos cuatro años y la protección de datos ha ido en aumento. La cuestión es que es lento y son muchos los intereses que se tienen respecto a esto.
 
Uno de los mejores ejemplos de que se está avanzando en esta línea es la conocida ley del 'Derecho al olvido', por la que cualquier ciudadano puede exigir que no se difunda información personal en Internet en determinados casos (si bien se aplica más a buscadores que a redes sociales).
 
La ilusión de la privacidad en Facebook

Si bien, la red social ofrece al usuario herramientas para controlar su privacidad, en Facebook no vamos a tenerla desde el momento en que lo utilizamos. Es decir, quien tiene que tomar las medidas y tiene que ser responsable con sus usuarios es Facebook. A raíz del caso Cambridge Analytics, una parte de los usuarios van a ser más reticentes a utilizar la herramienta, sin embargo, cabe hacerse una pregunta; ¿cómo "una sociedad conectada" va a prescindir de esta red social? Para tener privacidad, la única recomendación eficiente es no utilizarla. Otra cuestión es que a los usuarios les interese no hacerlo en este nuevo modelo de vida de la era de la hiperconexión.
 

Ida Vega (Linkedin) es profesora del ICEMD, Instituto de la Economía Digital de ESIC, y Social Media Strategist en la agencia digital española Estamos On. Licenciada en Publicidad y Relaciones Públias por la UVIc-UCC, está especializada en marketing digital y en social media marketing, igualmente colabora como profesora de marketing en redes sociales en el máster Em:Com de Ecoex Internacional Business School.