Actualidad

Es la hora del lenguaje: lo que decimos crea realidad

Por José Manuel Velasco Guardado.

El Fútbol Club Barcelona, més que un club, tomó la insólita iniciativa de crear el horario catalán para informar de su próxima cita con el Atlético de Bilbao en la Copa del Rey. Anunció el partido a las “21:00 hora catalana“, construcción lingüística sustituida más tarde por “hora local“. Es evidente que no existe una “hora catalana” o que si existe no es otra que la hora española (con la excepción de Canarias). El episodio pudiera parecer anecdótico, pero en actual contexto reivindicativo creado por los partidarios de la independencia de Cataluña y los de una menor dependencia del Estado español, ambos bajo la esfera del nacionalismo catalán, no lo es. Estamos ante una muestra muy notoria de utilización del lenguaje para crear una nueva realidad. Aunque no podría ser utilizada en un juicio como prueba irrefutable, da fe de esa capacidad generativa del lenguaje el hecho de que Wikipedia ya recoja la noción de “sistema horario catalán“.

Rafael Echeverría, referencia del coaching ontológico, sostiene que es el  lenguaje lo que hace de los humanos el tipo particular de seres que somos: “Los seres humanos son seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje”. A su juicio, el lenguaje es la clave para comprender los fenómenos humanos. A este primer postulado de su obra “Ontología del lenguaje” suma un segundo que concede capacidad generativa a lo que expresamos mediante códigos de comunicación compartidos por las comunidades. “El lenguaje -escribe el filósofo chileno- no sólo nos permite hablar «sobre» las cosas: el lenguaje hace que sucedan cosas“. Este segundo postulado abandona la noción que reduce el lenguaje a un papel pasivo o descriptivo, sostiene que es generativo: “El lenguaje, por lo tanto, no sólo nos permite describir la realidad, el lenguaje crea realidades. La realidad no siempre precede al lenguaje, éste también precede a la realidad“.

Para los independentistas catalanes el lenguaje precede a la realidad. No habría existido una hora catalana si al Barça no se le hubiera ocurrido la idea de expresarla con una intención manifiesta. De hecho, los partidarios del nacionalismo catalán han sido mucho más hábiles usando el lenguaje que los del nacionalismo español. Éstos últimos no han sabido contrarrestar con palabras precisas esa nueva realidad cuyo epicentro es el supuesto derecho a decidir (otra invención del lenguaje que no figura en el ordenamiento jurídico vigente) e incluso han caído en la trampa de dar por buenas las formulaciones independentistas al responder a ellas sin darse cuenta de que al repetirlas están contribuyendo a su generación.

El derecho a decidir y el denominado “soberanismo” son dos ejemplos claros de la utilización hábil e irresponsable de las palabras dichas, que a menudo se dicen para ocultar otras, las no dichas. Al acuñar el “derecho a decidir” los independentistas están transmitiendo a los ciudadanos que residen en Cataluña y a los que se sienten catalanes que alguien les están negando la capacidad de tomar sus propias decisiones. Cuando a la expresión se añade “su propio futuro” se incide en la carencia presente; e incluso cuando a ese devenir se suma el término “político” se está diciendo entre líneas que los ciudadanos que habitan física o emocionalmente en aquella comunidad autónoma son víctimas de un régimen impuesto. Fueron primero los nacionalistas vascos quienes acuñaron el derecho a decidir, pero, sin abandonarlo, han optado por reivindicaciones mucho más concretas y directas como la definición de un nuevo estatus político o, más pegado al terreno aún, el mantenimiento del concierto económico.

Cuando a los nacionalistas se les ha contestado desde “el resto de España” se les ha hecho un gran favor. Inconscientemente, cuando un ministro del Gobierno de la nación utiliza la expresión “Cataluña y el resto de España” está tejiendo líneas divisorias por mucho que esté formulando su pensamiento en términos de comunidades autónomas; mediante el lenguaje le está concediendo a aquel territorio una categoría diferenciadora que le viene muy bien a los independentistas. Estos, a su vez, vuelven a utilizar la lingüística de forma certera cuando toman un parte del adversario por el todo y no se refieren a España, sino a Madrid. Ese giro no solo se dirige contra el centralismo del Estado, sino que también evita que su desafío sea percibido como tal por otras comunidades autónomas, incluyendo aquellas que también reclaman el “derecho a decidir“.

Desde Madrid, Oviedo, Bilbao, Sevilla o Las Palmas de Gran Canaria no se debería hablar de “Cataluña y el resto de España“, sino de “Cataluña” a secas, que ya es España, o de “Cataluña y las demás comunidades autónomas“, tal y como establece la Constitución española. Al caer en la trampa se admite implícitamente que Cataluña no es una comunidad autónoma como las otras 16 que componen el Estado español, del que emanan. Si lo pensamos bien, el calificativo de “históricas” con el que figuran en la Carta Magna Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía no dice nada a efectos jurídicos, es una mera concesión desde el lenguaje, que de nuevo ha permitido la creación de una nueva realidad.

Soberanistas somos todos, porque todos somos sujetos de los derechos y libertades que establece nuestro ordenamiento jurídico. La soberanía no reside en el pueblo español, sino en todos y cada uno de los que tenemos una vinculación jurídica de pertenencia con el Estado español. El problema del término “soberanismo” reside en cómo se agrupa geográficamente y cómo se gestiona. Hábilmente de nuevo, los nacionalistas de Cataluña, el País Vasco, Galicia o la Comunidad Valenciana (y podríamos encontrarlos en todas comunidades autónomas, aunque en muy distinta proporción) apelan a la soberanía como si carecieran de ella, cuando en realidad lo que pretenden es arrogarse su administración desde postulados excluyentes. Hablar de soberanismo es de nuevo caer en la trampa de una realidad tejida con el lenguaje y las emociones.

La falta de precisión en el lenguaje ha dado alas a los creadores de sombras. Los políticos no son los únicos que incurren en graves responsabilidades cuando utilizan con frivolidad las palabras sin ser o sin querer ser conscientes del efecto que producen sobre la realidad de los demás. En el sector de la comunicación, y muy particularmente en el del periodismo, la responsabilidad social del lenguaje brilla a menudo por su ausencia. Tenemos que manejar el lenguaje con plena conciencia de que no podemos imponer nuestra realidad, sino que debemos construirla mediante el diálogo. Huelga comentar la importancia que el diálogo, la escucha, la conversación y, sobre todo, las palabras bien dichas tiene en el actual escenario de incertidumbre. Estamos menos solos en el ejercicio de nuestra soberanía individual cuando conversamos para crear realidades que sean habitables para la mayoría más amplia posible.

 

José Manuel Velasco Guardado

Chair elect

Global Alliance for PR and Communication Management