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Las edades de la tele

Daniel Campo, director de El Publicista (Columna del número 220)

La infancia fue gloriosa, con las vicisitudes de un rey y con coberturas territoriales únicas del 90% de la población (los anunciantes hacían cola para comprar espacios y los telespectadores ahorraban para adquirir aparatos). En su juventud llegaron los problemas lógicos de la adolescencia, con unos amigos muy particulares (los operadores privados) que pronto empezaron a reivindicar un estatus superior y reclamar mayores prebendas de papá Estado y de mamá consumidora. Como toda etapa juvenil, el camino angosto y la inocencia se suman al ideal de máxima supervivencia y la apuesta por la superación en un mercado caracterizado por la extrema competencia. Forzando incluso la jubilación anticipada de TVE como televisión publicitaria, que a sus poco más de 50 años abandona el mercado para iniciar su andadura condicionada por otros menesteres políticos, pero respaldada por una audiencia fiel y creciente. Con todo, una etapa de convulsiones en que la relación televisión-anunciante-consumidor forma un triángulo isósceles, donde el medio rey con miras divinas divisa, desde arriba y a igual distancia, a los demás actores. Y desde la distancia, los anunciantes tragan y los consumidores absorben, mientras la saturación pone en entredicho la propia funcionalidad del medio y, lo peor, la valoración social y la eficacia de la publicidad, de la que todos dependemos.
Y llegamos a la madurez con la familia televisiva dividida en hijos y nietos, propios y adoptados. Se busca cobertura con casamientos de conveniencia (Tele 5 y Sogecable y seguramente Antena 3 y La Sexta), pero comienza una etapa optimizada de canales generalistas y temáticos, gratis y de pago, que van a revolucionar el panorama televisivo bajo la premisa de la digitalización y la interactividad, factores que deben cambiar las relaciones tratando a los consumidores como clientes y a los anunciantes como aliados, conformando un verdadero triángulo equilátero. Estamos en el principio de un nuevo gran cambio, tras el que supuso la televisión privada. Y si la televisión quiere seguir siendo el rey indiscutible de los medios deberá cuidar sus contenidos, tanto redaccionales como publicitarios.