Por Mariela Kratochvil
No se si estarás familiarizada con esta expresión. En mi caso, las palabras “una flor en el c**o” emergen en aquellas conversaciones en las que se menciona mi carrera o logros profesionales.
Para mi familia y allegados, es casi una característica intrínseca de mi personalidad y está tan arraigada que algún año hasta he escogido el número de la lotería de navidad, como si de algún tipo de talismán se tratase. “Es que claro, con esa flor toca seguro…”.
Por si alguna no conoce la expresión, hace referencia a que las circunstancias y acontecimientos que rodean a una persona están gobernados por lo fortuito, por lo casual. Suerte lo llaman.
Lo que, por otro lado, deja muy poco espacio al mérito propio, ¿no crees?
Un disfraz con el que el éxito no ofende a nadie
Reconozco que esa mágica creencia no solo está en las personas que me rodean; yo misma encuentro en esa suerte un refugio, un lugar dónde no genero conflictos ni hiero sentimientos. Un disfraz con el que el éxito no ofende a nadie.
Y es que qué incomodo resulta defender el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo. Que línea más fina separa la humildad del menosprecio. Y qué compleja es a veces la convivencia de esa mujer que nos educaron a ser y aquella que visionamos convertirnos hoy en día.
Una de las maravillas de mi trabajo es poder conocer la vida y ambiciones de muchas mujeres. Tengo, día a día, la oportunidad, -en entrevistas y reuniones con compañeras-, de analizar y explorar con ellas sus motivaciones, sus decisiones y sus carreras profesionales. Ha sido revelador percibir como, no en pocas ocasiones, han tendido a menoscabar sus méritos y visitar, como yo, el refugio de la suerte. Incluso en un momento tan crucial como una negociación salarial, sorprende ver, en muchos casos, como la posición de las mujeres se caracteriza por una mayor flexibilidad y prudencia pasando por alto incluso el propio valor.
Propia visibilidad
El 8 de marzo damos visibilidad y espacio a un problema sistémico que afecta a cada capa de nuestra sociedad, pero ¿y si empezamos por nuestra propia visibilidad y la de las mujeres que con tanto esfuerzo están procurando romper esos cimientos?
Hablar y valorar nuestro trabajo no es vanidad si se secunda con hechos. Compartir entusiasmo al lograr superar de nuevo un reto no es soberbia si se aprecia el apoyo recibido. El propio éxito no evidencia el fracaso ajeno.
En el ámbito profesional la valía, las capacidades y la resiliencia marcan la diferencia, pero si eso no lo acompañamos de una voz que nos posicione, perderemos oportunidades.
Y tú, ¿eres una mujer con suerte?