por Juanjo Mestre
Hace tiempo, preparando una formación con mi compañera y amiga, Pepa Barral, tratábamos la importancia de cambiar la forma de mirar. Del sujeto pasivo al sujeto activo. Del que recibe estímulos, al que los busca. La mirada del investigador, decíamos. El ejemplo de Sherlock Holmes nos viene como anillo al dedo en esta ocasión. El británico percibe la misma realidad que sus compañeros, ven las mismas cosas, pero es él quien descubre los indicios reveladores, el que visualiza una historia compleja en un detalle, aparentemente, nimio. ¿Por qué?
El personaje de Conan Doyle, escucha, donde otros solo oyen. Va más allá de la imagen superflua. En la industria publicitaria hace ya años que venimos llamando a esto ‘encontrar insights’. Y es que, ¿qué sería de un creativo que no incorpora el discurso social oculto en su proceso de pensamiento? La mirada del investigador es necesaria para crear de forma estratégica y no caer en lo que en nuestra agencia nos gusta llamar “ideas felices”. Es decir, ideas sin recorrido y que no tienen proyección ni resultados de negocio.
Por otro lado, no es raro que charlando con padres o madres, éstos pongan de relieve la capacidad que tienen sus niños pequeños de maravillarse con prácticamente cualquier cosa. También de cómo son las conexiones que establecen para asociar diferentes factores o fenómenos. Esto tiene una razón: a los niños todavía no les hemos hecho desterrarse de la creatividad para encajar en el sistema educativo y, más tarde, laboral. Aunque esto daría para otros cientos de artículos, lo que este ejemplo me permite es acercar la conocida metáfora de Nietzsche del camello, el león y el niño, que desarrolla, exquisitamente, en Así habló Zaratustra.
Nos vamos a permitir la analogía entre la filosofía vital (y sobre todo ante los dogmas religiosos) que plasma Nietzsche y la actitud creativa, porque beben de la misma idea: asumir que todo lo que damos por sentado, sin cuestionarnos, no tiene porqué ser como creíamos, rebelarnos ante este comportamiento propio y despojarnos de este lastre para volver a ser niños. Volver a maravillarnos con todo, a asociar ideas, objetos o conceptos, aparentemente imposibles para pensar de forma independiente. ¿No es en sí esto la definición que hacía Da Vinci de la creatividad?
Es por esto que el creativo tiene que tener encendido continuamente el chip del pensamiento crítico, no solo porque es un faro vital imprescindible, sino porque debemos buscar la interconexión directa que puede tener un suceso con otro, buscar el otro lado del prisma. Para ‘pensar fuera de la caja’ (que diría Edward de Bono), también hace falta mirar fuera de la caja.
Y es que, desde hace ya bastante, venimos reflexionando sobre que, al igual que la razón, la capacidad creativa es inherente al humano en sí mismo, es una cualidad, da igual el oficio. Así, nos permitimos afirmar que se es creativo en tanto en cuanto se practica esta forma de percibir y procesar la realidad. Porque no es por el cargo, no es por la firma, no es por lo que digan tus familiares o tus amigos. Se es creativo por la forma de mirar, incorporando, de forma transdisciplinar, todas estas cualidades humanas.
Como dicta La Maravillosa Orquesta del Alcohol: “se puede perder la vista, pero nunca la mirada”. Es cuestión de actitud. Y, ojalá, nunca perdamos esta mirada del creativo.
Juanjo Mestre es supervisor creativo y UX Specialist en la agencia de innovación creativa