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"Yo en mi burbuja”, el síndrome de la cabaña

Por José de Sola.  Psicólogo psicoterapeuta en  De Salud Psicólogos

En las consultas psicológicas estos días encontramos a dos tipos de pacientes: Aquellos que desean como locos volver a salir, recuperar sus contactos, su vida cotidiana y, por el contrario, los que temen regresar a la normalidad, enfrentarse a una rutina y a un entorno que siempre les inquietó. Estos últimos parecen haber encontrado un espacio de seguridad en casa, lejos de lo que les asustaba o no les gustaba.

En estos días se habla mucho del ‘Cabin Fever’, ‘Fiebre de la Cabaña’, ‘Síndrome de la Cabaña’ o también ‘Síndrome de la Soledad Inquieta’ (SSI). Se trata de un cuadro clínico que hace referencia al estado al que llegan algunas personas tras un aislamiento social prolongado, con episodios depresivos leves, crisis nerviosas y búsqueda de una compañía que les libere de emociones invasivas catastrofistas respecto de ellos y de los demás. La característica más destacable es la falta de autocontrol y de autorregulación.

En general, las alteraciones psicológicas suelen ser amplias y variadas, algo ya observado desde principios del siglo pasado en personas tras muchos meses de aislamiento, soledad y aburrimiento. Es el caso de los colonizadores de EEUU y Canadá que padecieron sensaciones que describieron como "locura de pradera" o "locura de montaña". Pero también puede observarse en personas encarceladas, vigilantes de faros o enfermos tras largos periodos de convalecencia y aislamiento por enfermedad.

En los años 80 el doctor Rosenblatt realizó un estudio con habitantes de Minnesota que vivían en estas circunstancias. Entre los síntomas más frecuentes encontró sensación de desasosiego constante, aburrimiento, letargia, dificultades del sueño, de la alimentación, depresión, inquietud, irritabilidad, así como un consumo notable de bebidas alcohólicas. Igualmente, estas personas, con sus estados de ánimo, podían influir y afectar negativamente a otras.

Sin embargo, aunque los trastornos derivados del aislamiento eran frecuentes, también se observó a otro grupo que parecía adaptarse, se acomodaba, prefiriendo la soledad. Y esta es la realidad que estamos viviendo: Mientras unos no soportan el aislamiento, otros encuentran tranquilidad en él. Como veremos, esto tiene una estrecha relación con el perfil de personalidad de cada uno.

Me muero de ganas por volver a la calle

Verse recluido por tiempo indefinido, abandonar el contacto con amigos, compañeros, parejas o actividades habituales de ocio puede derrumbar psicológicamente. Sabemos, desde diversos estudios realizados con animales y humanos, que factores como el calor, la falta de espacio y de estimulación son capaces de alterar nuestro estado anímico, nuestra percepción del entorno y de nosotros mismos con conductas de irritabilidad, tristeza y hostilidad.

Por mucho que nos hayamos intentado adaptar al teletrabajo, los ejercicios físicos en casa, los aplausos a las 20 h. o las videollamadas, para muchas personas sigue faltando la estimulación directa, el espacio y la capacidad de movimiento físico.

En general, las más afectadas son personalidades principalmente extrovertidas, sociales o con múltiples ocupaciones fuera de casa. Son las que muestran una mayor inquietud, irritabilidad, ansiedad, estrés o depresión. Para los que están solos, sin nadie a su lado, la situación es notablemente peor, con estados alterados de percepción de la realidad y de uno mismo ante la escasez de estimulación social directa.

Esta situación no es el mejor momento para grandes decisiones. La percepción de nuestra realidad y del entono puede verse alterada. Es mejor esperar.

No quiero volver a salir, por mi podemos seguir así

Otros, por el contrario, durante este tiempo han sentido protección y tranquilidad en sus casas.

En este grupo encontramos personalidades muy sensibles, introvertidas, excesivamente prudentes, miedosas, inseguras, hipocondríacas, con miedo al rechazo social, dependientes o con muy baja autoestima que han descubierto en el confinamiento una tranquilidad que antes no sentían. Su sensibilidad les puede llevar a vivir un mayor miedo al contagio, transmitiéndoselo inevitablemente a hijos y allegados.

En los casos más extremos podrían desarrollar, con la vuelta a la normalidad, estados de agorafobia o miedo a salir lejos de la seguridad de casa, y de fobia social o temor a las relaciones sociales, a la gente. Ambos trastornos llegan a ser incapacitantes ya que convierten el hogar en un refugio, lejos de la realidad.

Sin embargo, existe un grupo específico de personas que ha encontrado estos días su paraíso particular. Son los ciberadictos. Sean niños, jóvenes o adultos, adoran la reclusión habitual en sus habitaciones manteniendo contacto solo a través de las redes sociales, videojuegos online o el WhatsApp. El caso más extremo tenemos el llamado Síndrome de Hikikomori, un trastorno de jóvenes y adolescentes que lleva a un aislamiento permanente y total del exterior en la habitación.

Lo que vendrá después

Nadie sabe con certeza lo que será nuestro mundo después de la pandemia. Sin embargo, la historia nos demuestra que después de las grandes crisis se producen grandes cambios que llegan para quedarse. Unos buenos, y otros no tanto.

Así, es probable que la depresión, como enfermedad, aumente en términos generales debido a un incremento en la sensibilidad general al miedo, a la sensación de vulnerabilidad, de amenaza física y personal. Al mismo tiempo, el enfrentamiento a una nueva situación económica y social tampoco será de mucha ayuda en este nuevo periodo. También es posible que nuestra dependencia de las tecnologías sea mayor, con un incremento en la prevalencia de ciberadicciones.

Sin embargo, el teletrabajo se abrirá el espacio que tanto tiempo llevaba reclamando, muchas empresas confirmarán que no era necesario el mantenimiento de estructuras fijas costosas. De igual forma, las publicaciones y formación online cobrarán más fuerza de la que tenían, convirtiéndose en muchos casos en verdaderas y definitivas alternativas. Y puestos a imaginar, también es posible que se incremente la práctica del deporte, que valoremos más la necesidad del movimiento y del ejercicio físico. Ya hemos visto lo que necesitamos movernos.

Pero hay dos grandes hitos que marcarán un antes y un después en nuestra historia: Con total seguridad habremos aumentado nuestra resiliencia, nuestra capacidad de aguante, de resistencia. Habitualmente no sabemos hasta donde podemos soportar hasta que se nos pone a prueba. Sin embargo, por otra parte, es indudable que desde ahora nuestros movimientos y vida estarán mucho más vigilados. El estallido del miedo, de una amenaza, inevitablemente pone siempre en marcha mecanismos de control que luego no desaparecen. Tendremos que acostumbrarnos, si podemos…


José de Sola Gutiérrez. Psicólogo colegiado en el colegio de Psicólogos de Madrid.  Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Comillas (1985). Formado como psicoterapeuta clínico (desde 1985).  Master en Psicofarmacología y Drogas de Abuso (2012). Miembro de diversas asociaciones y sociedades científicas en psicología y psicoterapia. Doctor en Psicología (Universidad Complutense de Madrid, 2017).
Ha trabajado desde 1988 en diversas empresas nacionales y multinacionales como técnico, responsable técnico y director de departamento, en investigación de mercados cualitativa y cuantitativa y análisis del comportamiento del consumidor. Desde 2007 como psicólogo psicoterapeuta clínico en diversos centros de psicología y psicoterapia. En 2012 inicia su propio proyecto psicoterapéutico en De Salud Psicólogos.
Trabajó como profesor del Master de ‘Neuromarketing y Comportamiento del Consumidor’ (2014-2016) así como en el IE University (School of Psychology. Segovia) impartiendo Psicología y Comportamiento del Consumidor (20082011). Desde 1995 ha colaborado e impartido clases de psicología del consumidor e investigación de mercados en diversos centros y escuelas de negocios.
Desde 2012 investiga y publica en el ámbito de las adicciones a las nuevas tecnologías, especialmente al teléfono móvil.
De 2005 a 2009 fue miembro de la junta directiva de AEDEMO (Asociación Española de Estudios de Mercado y Opinión) desde donde organizó diversos eventos monográficos (seminarios, jornadas, conferencias, etc).