Por Gemma Gutiérrez
Como madre tengo la suerte de educar a mi hijo y a mi hija, pero aún soy más afortunada cuando me dejo educar por ellxs. Eso es lo que me pasó el otro día cuando mi hija Vera se acercó para preguntarme si sabía por qué el día de la Mujer se usa el color morado. Mi respuesta fue ‘no lo sé’ y me dejé sorprender por la historia que me contó.
La historia se remonta al 25 de marzo de 1911, cuando perdieron la vida unas 140 trabajadoras de una fábrica de camisas en Nueva York: la Triangle Shirtwaist. Las camisas eran de color violeta y, por tanto, el humo que salía de la fábrica también lo era. Además, por si la tragedia fuera poca, se cree que fue uno de los dueños de la fábrica quien provocó el incendio como respuesta-castigo a la huelga que habían empezado las trabajadoras, que solamente reclamaban unas condiciones dignas.
- Pero mami, ahora ya no queman a las mujeres, ¿verdad? -me dijo ella.
- No, cariño, no -contesté yo, con ganas de tranquilizarla.
Sin embargo, la historia, el humo, el violeta y las reclamaciones de aquellas mujeres quemadas se me quedaron en la cabeza. Y mi respuesta a mi hija también. ¿De verdad no estamos quemadas? Por supuesto que no, físicamente no. Pero a mi alrededor hablo, siento y vivo con muchas mujeres que sí lo están. Mujeres haciendo equilibrios tan absurdos como imposibles. Tratando que nadie vea el humo violeta que empieza a salir de sus ganas, de su energía, de su ánimo, de su ilusión, de su trabajo. Y aunque reconozco que sí, que muchas mujeres estamos en llamas no me quiero creer que así deba ser.
Por eso, desde que ejerzo el rol de la dirección general de Ogilvy Barcelona, me propongo, día a día, trabajar para que por la parte que nos toca como empresa seamos más amables, permitamos la imperfección, y seamos más comprensivxs… En definitiva, ayudar a desterrar actitudes, visiones y comportamientos limitantes, a no permitir actitudes tóxicas, ni de empleados ni de clientes a la vez que generar espacios para nuestro desarrollo y calidad de vida. Lo necesitamos como mujeres, como empresas y como sociedad. Me gusta sentirme parte y por qué no motor de este cambio. De ser generadora de nuevos espacios que incluyan horarios flexibles, reuniones sin violencias camufladas de condescendencia y cargas de trabajo compatibles con la vida.
Solo así, podré estar segura de haberle dicho a Vera, mi hija, la verdad, cuando le respondí que no, que hoy ya no se quema a las mujeres.
Seguimos.