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Redes sociales: entre la necesidad y el riesgo

Por Ricardo de Pascual, profesor de Psicología en la Facultad de Ciencias Biomédicas y de la Salud de la Universidad Europea de Madrid

Decir en estos momentos que las redes sociales están aquí para quedarse es una obviedad; las redes sociales como forma de comunicación llevan instaladas entre nosotros muchos años. En un primer momento fueron los foros de internet, hace ya veinte años, que reunían a comunidades de personas interesadas en un tema para hablar de él. Con plataformas como LiveJournal, los blogs personales se sumaron a esta creación de comunidades con los diarios online, que permitían que leyéramos las reflexiones de otras personas no necesariamente sobre un tema concreto, sino en su vida en general. El abuelo de Instagram, Fotolog, hacía lo mismo enfatizando el aspecto visual. MySpace, Forumer… Difícilmente podemos decir que algo que lleva en nuestras vidas unos veinte años es “nuevo”.

Y, sin embargo, no acabamos de saber cómo interactuar con estas plataformas para que no supongan una fuente de malestar. Desde el advenimiento de Facebook como red hegemónica (un puesto que está perdiendo entre los más jóvenes en favor de plataformas más inmediatas), y continuando lo que los blogs online comenzaron, el contenido que uno comparte en sus cuentas personales deja de ser mayoritariamente sobre un tema específico y acaba siendo uno mismo: tu vida, lo que piensas, las cosas que te ocurren, dónde estás, qué haces… En resumen: tú.

De esto se derivan dos tipos de consecuencias: personales y sociales.

En lo que respecta a las consecuencias personales, siempre va a ser más delicado compartir tu vida en tanto que tú mismo que de un tema ajeno. Los juicios que hagan los demás acerca de lo que compartes se vuelven juicios sobre ti, sobre lo que haces y piensas, sobre tus opiniones… Y, si uno no se anda con cuidado, es muy fácil convertir esa valoración sobre lo que compartes en una valoración global sobre uno mismo como persona. Aquí es cuando tocaría hablar de la autoestima; conviene, sin embargo, hacer una breve definición de este concepto para encuadrar claramente lo que se está diciendo. La autoestima no es algo mágico que tengan las personas dentro, y que cause o no el comportamiento de una persona. La autoestima es el conjunto de cosas que nos decimos a nosotros mismos sobre nosotros mismos, cosas que aprendemos a decirnos oyendo (y escuchando) lo que otros dicen sobre nosotros. Claramente, si convertimos nuestras redes sociales en oportunidades para que otros valoren lo que hacemos, lo que decimos y lo que pensamos, estamos dando muchas más oportunidades para oír o leer cosas que tienen el potencial de hacernos sentir peor. Cuidado: esto no quiere decir en absoluto que las redes sociales sean forzosamente malas para nuestra opinión de nosotros mismos. Pueden ser todo lo contrario, y de hecho son una herramienta poderosísima para encontrar gente con la que compartimos puntos de vista o aficiones que sea difícil compartir con personas de nuestro entorno no virtual.

Otra consecuencia personal, ligada con lo anterior, es que es muy fácil hacer una valoración negativa de nuestra vida cuando vemos que la de los demás es fabulosa; si uno se fiara de Instagram, parece que todos nuestros amigos están siempre haciendo viajes espectaculares, comiendo en sitios maravillosos y pasándolo genial. Y aunque esto no tiene por qué ser falso del todo, tampoco es completamente correcto: estamos viendo solo lo que la otra persona quiere que veamos. No toda su vida, sino “el corte del director”. Conviene recordar esto antes de trazar paralelismos con nuestra vida, que vivimos en todas sus facetas.

En lo que respecta a las consecuencias sociales, tal vez estas sean las más peligrosas. Es también una obviedad decir a estas alturas de la historia que nuestras redes sociales nos conocen mejor que nosotros mismos; los famosos algoritmos de Facebook, Twitter, Instagram, y demás dirigen nuestra experiencia, presentándonos cosas para que reaccionemos ante ellas. Esta reacción determinará qué será lo siguiente que nos presenten, de manera que acabamos creando, con nuestro comportamiento online, nuestra propia jaula. Las redes sociales van perfilando un camino por el que nos movemos, similar al que se construye para llevar al ganado de un lado a otro. Y, como en el caso del ganado, el objetivo no es que lo pasemos mejor, sino sacar provecho. Cuanto más saben sobre nosotros, más pueden afinar con la publicidad que nos presentan, y más probabilidades hay de que obtengan rédito económico (el motor último de todo en una sociedad capitalista neoliberal como la nuestra) de nuestro tiempo en la red. Por eso mismo están hechas para enganchar; desde el diseño visual hasta, de forma especialmente importante, las dinámicas sociales que favorecen, todo está pensado para que pasemos el mayor número de horas al día conectados. Y está funcionando. La insatisfacción que algunas de las redes generan con nuestra propia vida no es un accidente, sino parte del diseño. De la misma manera que el que quiere venderte un coche puede destacar lo viejo que está el tuyo, el que te quiere vender una forma de vida (deslumbrante, basada en el consumo, y, en último término, irreal) puede tener cierto interés en que percibas tu vida de forma negativa.

Podría parecer que la única forma de no caer en este juego es no usar las redes; creo que eso sería un error. Estaríamos desperdiciando un recurso vital (en lo individual y en lo social). Lo que es necesario es recordar siempre que las redes son parte de la vida, pero no toda.

 
Ricardo de Pascual Verdú es doctor en Psicología Clínica y de la Salud. Trabaja como profesor de Psicología en la Facultad de Ciencias Biomédicas y de la Salud de la Universidad Europea de Madrid y como terapeuta en el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA). Lleva varios años participando en investigaciones sobre cómo y por qué cambia la gente en terapia, y dedicándose a formar terapeutas para ayudarles a desarrollar sus habilidades.