Por Sonja Swenson y Pablo Cañamares
Si bien es difícil de predecir dónde nos llevará el Brexit, está claro que los resultados del referéndum británico para abandonar la UE tendrán efectos de gran calado en el comercio y finanzas, tanto en Europa como allende sus fronteras. Menos de un año después del referéndum, en Marzo de 2017, Sebastian Albella, presidente de la CNMV, envió una carta formal a las empresas españolas del IBEX 35. La misiva insistía en que las empresas españolas utilizasen el inglés, junto con el español, en sus contactos con la CNMV.
No todas las empresas españolas tienen el lujo de tener un directivo de la categoría suficiente y con el tiempo libre como para redactar los informes de accionistas directamente en inglés. Para poder cumplir este requisito habrá que recurrir a los servicios de los profesionales de la traducción. Pero no todas las traducciones son iguales, y todo empresario inteligente debe saber evitar las trampas y los errores de principiante.
A los profesores de las escuelas de traducción les gusta repetir que la traducción es tanto ciencia como arte. Pero, ante todo, la traducción es una cuestión de preparación y estudio. Un traductor profesional es mucho más que alguien que sabe dos (o más) lenguas. Se trata de profesionales de la interculturalidad, capaces de documentarse en profundidad sobre los aspectos técnicos y lingüísticos de cualquier texto, y que, además, escriben con elocuencia. Nada de esto es inherente al bilingüismo. Una traducción profesional es mucho más que cambiar las palabras de una lengua a otra.
Un famoso ejemplo, ampliamente analizado en las escuelas de traducción, es la del fracaso inicial de Coca-Cola en China. La compañía de bandera de Atlanta insistió en un nombre para su producto que se pareciese fonéticamente al del original. Y lo consiguieron, con la desventaja de que acabó significando algo así como “morder el renacuajo de cera”. El resultado fueron pobres ventas, y grandes carcajadas entre los tenderos de la República Popular.
Es evidente, entonces, que todo cliente de traducción tiene interés en trabajar con un profesional diplomado, en contraste con el sobrino que va al colegio británico. Pero el diploma no lo es todo, la especialización es clave. Los traductores se especializan según su formación, intereses y experiencia. Un traductor especialista técnico, que conoce bien la ingeniería, quizá no es el más indicado para un informe anual consolidado. Cabe sospechar también de cualquier traductor que afirme ser capaz de traducir con igual calidad cualquier tema. Por usar una analogía más cercana a la vida diaria, ¿se puede esperar que un músico conozca todos los estilos musicales?
Informarse sobre cómo funciona una buena traducción puede ofrecer múltiples réditos, porque ayuda a evitar los atajos y malas ideas que tantas empresas de servicios lingüísticos y agencias utilizan, que tantas veces acaban en un desastre multilingüe y un cameo en www.engrish.com. Uno de los atajos más conocidos es el de la traducción automática. Cierto es que la informática sigue avanzando a gran velocidad, pero en 2017 la traducción automática, por ejemplo Google translate, sigue siendo muy inadecuada. No ya para producir un texto que suene pulido y profesional, sino incluso para producir un texto legible. El lenguaje es algo vivo, y las palabras suelen esconder muchos matices semánticos. La traducción automática cambia las palabras de lengua, pero sólo el elemento humano las entiende.
Pero los proveedores de servicios utilizan otros trucos de dudosa moralidad. Quizá el más utilizado es el de usar la traducción automática y contratar a un traductor para revisar el resultado. Es una excelente idea, en teoría. En la práctica, un texto que pasa por la traducción automática suele necesitar una ingente cantidad de trabajo para que esté a la altura, y dado que la revisión se factura por horas el resultado puede tardar más y costar más caro que traducirlo sin más. Además, todo usuario de traducción tiene que preguntarse si le compensa dejar el futuro de su empresa en las manos virtuales de una máquina, y no de un traductor formado que, en última instancia, se hace responsable de su trabajo.
Los traductores tienen un lema: el traductor perfecto es invisible. Y esto es porque una buena traducción es indistinguible de un documento escrito originalmente en la lengua de destino. Y ese es el rasero con el que un profesional de la traducción se compara cuando maneja un texto de la importancia de un informe de accionistas del IBEX 35, o, aún mas importante, una campaña de publicidad.