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¿Ganar o perder?: El Efecto Pigmalión

Por José de Sola,  psicólogo psicoterapeuta en  De Salud Psicólogos

Apenas somos conscientes del efecto e influencia que tenemos sobre otras personas y de cómo los demás nos han influido. Es sabido que, si alguien cree en ti, en tus capacidades, lo más probable es que eso aumente tu seguridad personal. Y desde ahí, convencido de poder lograr algo, es más fácil que lo consigas. A esto se le ha llamado el ‘efecto Pigmalión’.

El Efecto Pigmalión

El nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y escultor que, inspirándose en la bella Galatea modeló una estatua de marfil de la que se enamoró hasta el punto de rogar a los dioses que le dieran vida. Parece que Venus pasaba por allí, le escuchó, y la estatua se convirtió en una amante de carne y hueso.

¿Qué es el Efecto Pigmalión? Para ser más exactos habría que llamarle ‘Efecto Rosenthal’, más allá de la leyenda con la que se ha adornado el fenómeno. Rosenthal, junto con Jacobson, estudió cómo las expectativas creadas sobre alguien pueden cambiar radicalmente su motivación. Y lo comprobaron experimentalmente entre estudiantes observando que los alumnos a cuyos profesores se había inducido intencionadamente mayores expectativas sobre ellos tendían a sobresalir. Desgraciadamente, la experiencia en centros docentes, familias, empresas y vida diaria ha demostrado que esto también ocurre en el sentido inverso.

En efecto, las creencias que los demás tienen de nosotros, influyen en nuestra autoconfianza para lograr algo o en sentir que se puede lograr. Y lo contrario también. En el libro o en la película de ‘El Secreto’ esto se explica muy bien, eso sí, en versión americana, en donde se habla de la fuerza del universo, solo faltan los marcianos. Experimentos en este sentido hay muchos. Desde estudiantes que alcanzan rendimientos académicos inesperados y espectaculares a empleados en empresas que logran altos puestos desde la nada porque han caído en gracia y han acabado desarrollando una gran fe en sí mismos.

Visto lo visto, la cosa es simple: Si crees que vas a suspender una oposición, lo más probable es que la suspendas. Si te consideras incapaz de mantener tu puesto de trabajo, tarde o temprano lo perderás. Si piensas que tu pareja es mucho para ti, te acabará dejando. Y al revés también. Las profecías se cumplen.

Lo contrario: El Síndrome del Impostor

También puede suceder que, contando con la confianza, buena imagen y opinión de los demás, algo dentro de nosotros se resista a creerlo hasta el punto de acabar pensando que somos unos impostores, que hemos engañado, que no valemos tanto, que no merecemos lo que tenemos. Este es el Síndrome del Impostor, algo que viene a complicar la vida de cualquiera aun viviendo las circunstancias más favorables.

Es el caso de Héctor, un informático altamente cualificado y reconocido en su empresa. Realmente era bueno, y sus compañeros y jefes no solo le tenían en alta estima como persona, sino que para ellos como profesional era el mejor. Tenía ofertas económicas constantes de otras compañías para ocupar puestos de mayor responsabilidad. Acude a nuestra consulta con depresión, se había dado de baja laboral. Su tristeza provenía del hecho de sentirse un impostor, un farsante, el reconocimiento que recibía lo estaba abrumando. Sentía que, no sabía cómo, pero estaba engañando a todo el mundo. Temía que en cualquier momento quedase al descubierto, como un mentiroso. Con frecuencia, tras el Síndrome del Impostor, suele haber cualidades sobresalientes en donde los elogios de los demás se convierten en  ‘patatas calientes’ que se temen o no se saben manejar.

Por lo tanto, en un sentido u otro, el poder de las creencias acaba modificando la realidad personal. ¿Por qué? Porque el cerebro necesita congruencia y coherencia entre lo que cree de sí mismo, lo que es y lo que hace. El sociólogo Robert K. Merton ya indicó que cuando una situación se define como real acabará tarde o temprano teniendo efectos reales. Es decir, por muy altas cualidades que los demás vean en nosotros, si nos sentimos un fracaso, fracasaremos. Nunca como en este caso ha sido más cierta la expresión de ‘ten cuidado con los sueños, que igual se cumplen’.

Frente a una crisis: ¿me meto en la cama o la visto de seda?

La capacidad de ver un fracaso o una oportunidad en las crisis siempre ha tenido que ver con factores personales como los descritos. La creencia en uno mismo, en lo que los demás esperan de nosotros, o nuestra propia capacidad de sabotearnos, determinará no solo la vivencia de cómo será este periodo difícil sino también el cómo salgamos de él. Una conciencia tranquila y confiada, una buena percepción y apoyo de los demás sobre nosotros, una adecuada autoimagen personal con sentimientos de valía, nos pueden sacar de un tsunami. Por el contrario, el autorreproche, las dudas sobre uno mismo, así como una escasa confianza y apoyo del entorno podrían llegar a enterrarnos.

Estamos en plena crisis, muy amplia en todos los sentidos. El confinamiento está sacando lo mejor y lo peor que había en nosotros. Ha habido personas que psicológicamente se han hundido en sus casas encerrados, otros se han crecido y han visto nuevas oportunidades. No hay una realidad fija, con posibilidades predeterminadas ante lo que tenemos delante. Cuesta creerlo, pero en gran medida la determinaremos nosotros, lo determinan nuestras creencias.

Para demostrarlo, basta un ejemplo. De todos es conocido el ‘efecto placebo’: Si a una pastilla le otorgamos importantes propiedades analgésicas (porque nos lo han dicho o porque nos hemos convencido de ello), nos quitará el dolor de cabeza en cuestión de minutos, aunque sea de azúcar. Y al revés, si nos obsesionamos de haber sido infectados por el coronavirus, lo más probable es que sintamos todas las molestias propias del cuadro. Si no, que se lo digan a los médicos en estos días.

No es fácil, es cierto. Luchar contra la adversidad dificulta el cambio de nuestras creencias que a veces parecen confirmar los más hondos sentimientos de ineficacia. Uno de mis pacientes es un empresario de éxito. Una vez me contó que en su vida se había arruinado en dos ocasiones, hasta el punto de perder casa, coche e, incluso, familia. ¿Qué le hizo remontar? Al parecer aquello lo vivió como contratiempos graves, pero nunca como fracasos irremediables en la vida, como el fin del mundo. No sabía cómo, pero estaba seguro que, tarde o temprano, saldría de ello.


José de Sola Gutiérrez. Psicólogo colegiado en el colegio de Psicólogos de Madrid.  Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Comillas (1985). Formado como psicoterapeuta clínico (desde 1985).  Master en Psicofarmacología y Drogas de Abuso (2012). Miembro de diversas asociaciones y sociedades científicas en psicología y psicoterapia. Doctor en Psicología (Universidad Complutense de Madrid, 2017).
Ha trabajado desde 1988 en diversas empresas nacionales y multinacionales como técnico, responsable técnico y director de departamento, en investigación de mercados cualitativa y cuantitativa y análisis del comportamiento del consumidor. Desde 2007 como psicólogo psicoterapeuta clínico en diversos centros de psicología y psicoterapia. En 2012 inicia su propio proyecto psicoterapéutico en De Salud Psicólogos.
Trabajó como profesor del Master de ‘Neuromarketing y Comportamiento del Consumidor’ (2014-2016) así como en el IE University (School of Psychology. Segovia) impartiendo Psicología y Comportamiento del Consumidor (20082011). Desde 1995 ha colaborado e impartido clases de psicología del consumidor e investigación de mercados en diversos centros y escuelas de negocios.
Desde 2012 investiga y publica en el ámbito de las adicciones a las nuevas tecnologías, especialmente al teléfono móvil.
De 2005 a 2009 fue miembro de la junta directiva de AEDEMO (Asociación Española de Estudios de Mercado y Opinión) desde donde organizó diversos eventos monográficos (seminarios, jornadas, conferencias, etc).