Por Nerea Cierco
El otro día escuchaba en las edades de Millás una charla a cuatro bandas entre el gran Millás, Toni Segarra, Pablo Alzugaray y Javier del Pino. La conversación arranca con una reflexión de Millás sobre aquellos momentos de explosión de la publicidad y de la importancia que tuvo en la vida de todos. “La publicidad ha formado parte de nuestro paisaje moral, de nuestro paisaje artístico, de nuestro paisaje comunicativo. Ha generado modos de comportamiento, modos de pensar. Si se pudiera hacer una autopsia a nuestro corazón veríamos que un porcentaje muy grande en alguien de mi edad por ejemplo, de su corazón y de su conocimiento, lo ha ocupado la publicidad. Y de la memoria también”.
Así introducen Millás y del Pino el debate. Con esa verdad incómoda que unos sabemos, otros intuimos, Millás sentencia: “La publicidad ha desaparecido de mi vida. Ya no tiene influencia en mi vida. Sigue habiendo publicidad, sí, pero ha desaparecido emocionalmente. Los anunciantes han tirado la toalla. Siguen estando en la tele porque hay que estar. Pero sin pasión. Estar por estar”.
Todo esto dice Millás antes que del Pino le pase la pelota a Toni, nadie mejor para ese partido. No voy a analizar los puntos de vista que Toni y Pablo dieron, pero sí sentí un dolorcito agudo cuando alguien como Millás, sin pelos en la lengua, ni ningún tipo de ego ni interés, nos hace el favor de plantarnos ese espejo para ver si así por fin nos miramos. Y no, no es un tema de que a Millás con sus setenta y algo no le lleguen los mensajes. Es que no podemos estar en este mundo aquí y ahora sin mojarnos.
Y ayer pensaba en todo esto cuando veía unos videos de una marcha neonazi que hubo en el barrio de Chueca al ritmo de: “fuera mari*** de nuestros barrios”. Y el otro día del otro mes pensaba en todo esto cuando murió Samuel en La Coruña, y también me pasó cuando el Black Lives Matter. Y este pensamiento cada vez es más recurrente: la sociedad vive cosas y yo siento que las marcas comunicamos, pero no vivimos nada.
Supongo que, por eso, en la mayoría de las marcas, lo que vive, siente y es la gente, se convierte en un post o en un pro-bono y lo que sale por la tele o por Instagram, da igual el canal, solo nos interesa a nosotros, los que lo hacemos. Nos va a ir peor. Nos está yendo peor, de hecho, porque estamos intentando influir en personas que no existen y en las que sí son y viven, no influimos. No llegamos. O llegamos tan mal que entonces ocurre eso de que no encontramos influencers para dinamizar las campañas. Por no hablar de protagonizarlas. Por no hablar de quién va a querer pensarlas, escribirlas, rodarlas si su visión es constantemente cancelada.