Por Ricard Gresa
En nuestra profesión cuando hablamos de medios casi siempre lo hacemos de su audiencia, de su difusión, de su coste, y lo hacemos en términos comparativos con otros medios para decidir cuáles son los más rentables para nuestros clientes, y muy pocas veces dedicamos la atención a comprender cómo influyen en sus audiencias más allá de ser meros soportes publicitarios. Mi libro, aunque consecuencia de mis muchos años de actividad profesional, es un libro escrito como parte de esa audiencia contabilizada pero no tenida siempre en cuenta como se merece, una audiencia sometida a la presión constante de la actualidad y abrumada por toda clase de contenidos.
La cultura de la inmediatez a la que hemos sucumbido todos, medios y audiencias, no favorece una percepción objetiva de eso que damos en llamar “actualidad”. La inmediatez activa nuestros automatismos mentales y no favorece el ‘pensar lento’ que el psicólogo Kahneman nos advirtió que necesitamos para activar nuestra racionalidad reflexiva. No es de extrañar que en los medios, y aún más en las redes sociales, la irracionalidad parezca ir en aumento y que las distorsiones de nuestros automatismos mentales nos lleven a sucumbir a toda clase de sesgos y que afloren toda clase de prejuicios. Sesgos y prejuicios, junto a las creencias irracionales, constituyen falacias que no son aquellas que Aristóteles tipificó, pero que como aquéllas producen apariencias de verdad que resultan no serlo. Mi libro Viejas y Nuevas falacias aborda esta nueva realidad mediática a la que diariamente quedamos expuestos: a aquellas falacias de siempre y a otras nuevas que son posibles desde la simulación que las nuevas tecnologías posibilitan, prestando atención a las falacias psicológicas, que siendo tan antiguas como aquellas falacias identificadas por Aristóteles, no empezamos a comprender hasta su identificación a partir de las observaciones hechas por Kahneman en 1970.
Del mismo modo que la contaminación medioambiental es consecuencia de la revolución industrial, la sociedad mediática y en red produce una contaminación de carácter mental cuyo producto es la confusión cognitiva, consecuencia de nuestra alta exposición a contenidos inconsistentes, frecuentemente falaces por inexactos o insuficientes, y no pocas veces consecuencia de maniobras de tergiversación, una problemática que ha venido siendo observada de modos incompletos, desde consideraciones periodísticas o éticas, pero sin tener en cuenta los factores psicológicos implicados que yo incluyo en mi libro.