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¿Te cuesta poner límites a los demás?  

José de Sola,  doctor en Psicología - Psicólogo Psicoterapeuta Clínico en  De Salud Psicólogos  Psicología y Psicoterapia Especializada

Con frecuencia cuesta poner límites, ya sea con la familia, con la pareja, con los hijos, con los amigos o en el trabajo. Al saber poner límites de forma educada y elegante se le llama asertividad, y forma parte de las cualidades que definen la inteligencia emocional. Esto significa que ser asertivo nada tiene que ver con la brusquedad y agresividad, estilo que suele dar más problemas que ventajas.

Saber poner límites es una de las mayores muestras de cariño hacia nosotros mismos, de autoestima. Y cuando lo hacemos de forma asertiva e inteligente, mostramos el mismo respeto y afecto a los demás. Por el contrario, no saber hacerlo nos lleva a la insatisfacción, a la ansiedad, a una hostilidad encubierta, así como a la pérdida de nuestra estima personal.

¿Por qué nos cuesta tanto poner límites?

En la base existe la idea irracional de que, si decimos no, somos malas personas o los demás se van a molestar. Si lo llevamos a un extremo, la única forma de mantener el cariño y un equilibrio con el entorno es la disposición a entregarse en todo, hacerse responsable de los problemas de otros priorizando sus necesidades antes que las nuestras. Por eso, negarse causa miedo; está en juego el cariño que se anhela.

Sin embargo, es el sentimiento de culpa, la importancia al ‘que dirán’, el miedo a parecer una mala persona, al conflicto, al rechazo o a la posibilidad de un abandono, lo que determina esta inhibición. El trasfondo es una baja autoestima en donde se valora más a los demás; cualquier persona es mejor o más importante que nosotros.

Sin embargo, en la consulta hemos observado que también es muy relevante el peso de la educación. Determinados estilos educativos pueden ser muy restrictivos con mensajes como ‘no molestes a los demás’, ‘sé amable’, ‘no destaques mucho’, ‘sé servicial’, ‘no presumas’, ‘sé humilde’, ‘ten contenta a la gente’. Dichos mensajes interiorizados acaban produciendo el sentimiento de que es de mala educación y egoísta poner límites, que es descortés sentirnos orgullosos de nosotros, destacar en exceso.

¿Dónde están los límites en la pareja?

Muchas personas viven la relación de pareja en un estado de temor constante a perderla. Probablemente sienten que lo que tienen es mucho, que valen menos que su cónyuge. También puede deberse a la educación recibida; les han enseñado que la pareja es un entorno sin límites, y en donde establecer barreras personales es propio de una mala pareja, de no saber querer.

Numerosas de las llamadas ‘muestras de amor’ no son más que violaciones de la propia dignidad y derechos como personas. ‘Si no me cuentas todo lo que piensas es que no confías y, por lo tanto, no me quieres’, ‘Si no haces lo que te pido, no tiene sentido que estemos juntos’, ‘Si me quisieras estarías más pendiente de mí’.  En estos casos, la pareja se concibe como un entorno en donde los límites no deberían existir, en donde la individualidad se interpreta como desatención, egoísmo o falta de amor.

La pareja necesita límites para funcionar, tanto entre los cónyuges como frente al exterior. Ninguno de sus miembros debe sentir que tiene potestad sobre el otro. Cada uno tiene una individualidad que se debe respetar.

¿Y qué hacemos con los hijos?

Educar a los hijos sabiendo poner límites es una necesidad que no todos los padres acaban de entender. El deseo de querer ser buenos padres, de huir de los esquemas paternos vividos, o el miedo de dañar a los hijos limitando sus deseos, puede convertirlos personas narcisistas, dependientes e inseguras. Y en muchas ocasiones, en auténticos monstruos incapaces de respetar los límites de los demás.

Los niños necesitan seguridad, y paradójicamente dicha seguridad solo la obtendrán con una educación basada en el cariño y la cercanía, pero con límites claros. Un niño no puede sentir que tiene derecho a todo.

¿Cuál es el problema?. Pues que los padres quieren ser muy buenos padres entendiendo la bondad como clave de su educación, aunque en el fondo están mostrando sus propios miedos e inseguridades. Desde nuestra experiencia como psicólogos, querer que los hijos los vean como amigos más que como padres, es uno de los mayores errores educativos de hoy en día.

Igualmente, y aunque los hijos son muy importantes en la pareja, nunca deben serlo más que la propia relación en la que han nacido. Cuando un padre o madre consiente todo y da más peso e importancia a un hijo que a su propia pareja está gestando el fin de la relación. Los hijos necesitan la seguridad de unos padres unidos, con límites claros, de los que hayan vivido amor, pero de los que también hayan aprendido lo que se puede y no se puede hacer en la vida.

¿Y con los amigos?

Otro tanto sucede con las amistades. No nos atrevemos a cancelar una cita cuando estamos cansados o no nos apetece, nos sentimos obligados a hacer favores que nos comprometen. Somos unos ‘espléndidos amigos’, estamos para todo.

Imagínate la amiga que siempre quiere quedar contigo para contarte sus problemas, aunque a ti no te interesen o te venga mal quedar. O imagina también, el amigo que te pide dinero que nunca te devuelve, o los amigos que tienen tendencia a presentarse en casa sin avisar, o los que hacen planes implicándote más allá de lo que deseas. Todos estos ejemplos muestran que, sin pretenderlo, nos hemos mostrado siempre dispuestos a agradar, a estar en todo, evitando poner límites por temor a molestar, ser malos amigos o a decepcionar. Les hemos acostumbrado.

En las relaciones con los amigos es fundamental buscar el bienestar en la propia relación. Si alguien te quiere o te busca solo por lo que das, por tu permanente disponibilidad, es mejor alejarse. Pero también plantéate que, al fin y al cabo, eso es lo que has ‘vendido’ en tu afán por conquistar su afecto.

Lo más difícil: ¿Qué pasa con el trabajo, con los jefes?

En este ámbito las cosas son más complicadas. Está en juego nuestro trabajo, nuestro medio de vida. Por ello es frecuente no saber poner límites, incluso ante prácticas abusivas. Este temor puede ser real, las presiones en determinadas empresas a veces son muy claras; se considera que, en el orden de prioridades personales, el trabajo y el compromiso con la empresa es lo primero. Poner límites podría dar problemas, supondría no adaptarse a la ‘cultura de la empresa’, como suele decirse.

A todo esto, se une el propio miedo e inseguridad personal, a decepcionar, principalmente si se considera que se tiene un trabajo difícil de encontrar. Sin embargo, es importante identificar qué limites están siendo sobrepasados por nuestra propia inhibición o miedo, y cuales son reales y objetivos. Y estos últimos también deberían ser afrontados de la forma más asertiva y adecuada posible. Hay que tener en cuenta que para ninguna empresa es fácil prescindir de una persona válida. Por ello, ‘decir que si a todo, es un error; una negativa valiente y educada también se valora. Hay que atreverse, de lo contrario siempre serás víctima de ti mismo’, como dice una buena amiga.

¿Qué hacemos con la familia?

Los problemas tanto con la propia familia de origen como con la política son resultado del estilo y educación de cada una, interfiriendo al final en la vida e intimidad de la pareja. Cada cónyuge se siente obligado, reproduce en la pareja, sus antiguas dificultades, fidelidades y dependencias con sus padres.

Por otra parte, muchos padres también sienten que tienen un derecho vitalicio sobre sus hijos, estén solteros o casados. Para eso son sus hijos, dicen. El problema de los hijos es que, al ser sus padres, se sienten en deuda perpetua, ‘lo han dado todo por mi’, ‘se han sacrificado toda su vida por mi’, ‘son mis padres’. Y, en ocasiones, se les recuerda claramente: ’después de todo lo que hemos hecho por ti, nos vienes con esto’.

Así, si la influencia de los padres entra en la pareja, realmente las dificultades de uno arrastrarán siempre al otro, creando de problemas y enfrentamientos. Al igual que los padres deben saber poner límites a los hijos, éstos deben saber ponérselos a los padres.

 ¿Qué podemos hacer entonces?

¿Cuál es el equilibrio? Consideramos que es evidente que no podemos atender en todo momento solo a nuestras necesidades olvidándonos de los demás. Pero tampoco podemos estar en el otro extremo, sin poner límites cuando es preciso.

En el primer caso, priorizando solo las propias necesidades y deseos, nos convertimos en candidatos a la soledad e inadaptación; en el segundo caso, se tienen todas las papeletas para desarrollar problemas de ansiedad y depresión. Entonces, ¿qué es lo correcto?

En este sentido, siempre ofrecemos en nuestra consulta el símil de una balanza: en un lado está la atención a las necesidades de los demás, en el otro las propias. A lo largo de la vida, en la balanza tiene que pesar más la atención que se ha prestado a uno mismo. Ahora bien, dicha balanza no puede estar totalmente inclinada hacia uno u otro lado; tiene que haber un equilibrio, una oscilación entre lo que se da a los demás y a uno mismo, pero siempre a nuestro favor. Esto, si bien puede parecer egoísta, es uno de los principales ejes sobre los que se apoya la autoestima y la salud mental.

Podremos comportarnos y poner límites cómodamente cuando nos sentimos poderosos, fuertes o superiores. Pero habremos fracasado si, por el contrario, caemos en la sumisión en otras situaciones por miedo a perder el cariño, la confianza o el respeto.

En el mundo de la empresa para hacerse valer y defender los derechos es crucial trabajar la autoestima para saber poner límites en un entorno a veces hostil, no nos engañemos. En un ambiente en el que el interés empresarial marca la pauta y en ocasiones prevalece por encima de factor humano, los abusos podrían destruirte anímicamente si no eres capaz de los poner los límites adecuados.

En suma, hay que saber pedir, al igual que hay que saber dar. Paradójicamente, en contra de lo que creemos, dar sin saber poner límites, no nos va a proporcionar un mayor afecto de los demás. El afecto se encuentra muy unido al respeto que se nos tiene, y este se gana sabiendo dar, pero también pensando ante todo en nosotros.


José de Sola Gutiérrez. Psicólogo colegiado en el colegio de Psicólogos de Madrid.  Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Comillas (1985). Formado como psicoterapeuta clínico (desde 1985).  Master en Psicofarmacología y Drogas de Abuso (2012). Miembro de diversas asociaciones y sociedades científicas en psicología y psicoterapia. Doctor en Psicología (Universidad Complutense de Madrid, 2017).
Ha trabajado desde 1988 en diversas empresas nacionales y multinacionales como técnico, responsable técnico y director de departamento, en investigación de mercados cualitativa y cuantitativa y análisis del comportamiento del consumidor. Desde 2007 como psicólogo psicoterapeuta clínico en diversos centros de psicología y psicoterapia. En 2012 inicia su propio proyecto psicoterapéutico en De Salud Psicólogos.
Trabajó como profesor del Master de ‘Neuromarketing y Comportamiento del Consumidor’ (2014-2016) así como en el IE University (School of Psychology. Segovia) impartiendo Psicología y Comportamiento del Consumidor (20082011). Desde 1995 ha colaborado e impartido clases de psicología del consumidor e investigación de mercados en diversos centros y escuelas de negocios.
Desde 2012 investiga y publica en el ámbito de las adicciones a las nuevas tecnologías, especialmente al teléfono móvil.
De 2005 a 2009 fue miembro de la junta directiva de AEDEMO (Asociación Española de Estudios de Mercado y Opinión) desde donde organizó diversos eventos monográficos (seminarios, jornadas, conferencias, etc).