Profesionales de los eventos ante todo
30 de marzo de 2009
José María Pérez de Olacoechea, consejero delegado y director general de MSB Events
Dicen que la suerte es un factor fundamental en el mundo de los negocios. También suele estarse de acuerdo en considerar la suerte como un producto del azar. Otros consideramos, como bien se decía en el famoso libro de Álex Rovira y Fernando Trías de Bes, que la suerte es algo que puede cultivarse, pero que, a la postre, no es más que el resultado a largo plazo del que sabe sembrar y hacer bien los deberes.
En el mundo de los eventos y la exposición ferial no sucede de forma distinta. Los logros y los fracasos pueden tener muchos factores externos que influyan en ellos, pero los que llevamos décadas dedicados a este sector sabemos que sólo el trabajo y el esfuerzo son decisivos. Aquí no hay suerte que valga, ni otras vías secundarias con las que atajar camino, como en algunas ocasiones parece suceder.
La dificultad del trabajo de las empresas de este mercado radica no sólo en los aspectos creativos y puramente técnicos del negocio, sino en el hecho de que, en la gran mayoría de los casos, nuestra actividad se desarrolla con luz y taquígrafos. Estamos acostumbrados a optar a proyectos por la vía de la competencia abierta, tanto cuando trabajamos con empresas privadas como cuando lo hacemos con organismos e instituciones públicas. Cuando se convoca un concurso para optar a la concesión de un determinado trabajo, las referencias sobre quiénes somos y qué hemos hecho apenas valen para algo más que para que se considere nuestra propuesta entre otras muchas. Una vez dentro, la competencia es dura, porque se nos exige ser precisos, detallados, originales, flexibles, creativos y, por supuesto, más económicos que nuestros rivales.
En este negocio no hay sitio para la trampa ni el cartón, porque lo que tenemos en nuestras manos es, a la postre, la imagen de nuestros clientes a la hora de exponer. En el buen diseño de un stand reside el que la empresa o el organismo para el que trabajas consiga alcanzar los objetivos marcados antes del inicio del evento, tanto en términos de visitas como, sobre todo, en términos de rentabilidad y negocio.
Muchas de las empresas que llevamos tiempo dedicándonos a este apasionante y difícil sector sabemos que el buen trabajo lleva a la fidelidad del cliente. Tanto es así que es común que una experiencia satisfactoria conduzca a aquellos para los que trabajamos a repetir con nosotros en ocasiones posteriores. Cuando realizas una tarea tan próxima al cliente, resulta básico generar confianza y ponerla a prueba cuando llega el momento. De hecho, algunos de los clientes más satisfechos son aquellos que saben -porque lo han experimentado- que tienes capacidad para resolver situaciones inesperadas e incluso errores de planteamiento o de montaje.
Por todo lo anterior, duele pensar que, a veces, hay quien considera que lo ideal es alcanzar un grado de complicidad con el cliente que sirva para prescindir del resto del mercado cuando no se basa en la calidad del producto obtenido, sino en cuestiones de índole personal. Está claro que a nadie le gusta perder un proyecto: trabajar durante horas y horas a lo lardo de días e incluso semanas en el diseño de una propuesta para ver que el cliente, al final, se decide por otra opción. Pero en esa libertad que dan las reglas del mercado, y con las que todos debemos aceptar jugar, reside también el vuelco que ha dado España en el ámbito ferial. La competencia nos mantiene vivos, activos e innovadores. Sin el acicate que suponen los éxitos y los aciertos de los demás, seguramente careceríamos de voluntad y estímulos para crecer en busca de los nuestros propios.
Como decía al principio, la buena suerte es producto del trabajo (del trabajo óptimo, si es que hace falta precisar) y del talento, y de ello uno puede estar orgulloso. Cuando no es así, se trata de oportunismo. En esos casos, el orgullo sólo es una triste ironía.
Como decía al principio, la buena suerte es producto del trabajo (del trabajo óptimo, si es que hace falta precisar) y del talento, y de ello uno puede estar orgulloso. Cuando no es así, se trata de oportunismo. En esos casos, el orgullo sólo es una triste ironía.