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Eduardo Maclean se marcha a localizar

Alex Carvajal S.H.

El lunes 23 de Junio  nos dejó Eduardo Maclean, uno de los realizadores más grandes de los que ha podido disfrutar la producción audiovisual publicitaria española. Con él se marcha una escuela y un estilo de realización que consiguió los más altos galardones para la publicidad española.

Retina fotográfica privilegiada, que ordenaba sus composiciones en el conocimiento de la estética pura, Eduardo buscaba fundamentalmente la belleza y la fuerza gráfica en sus imágenes. Y la encontraba, como así queda plasmado en su extensa bobina que abarca toda clase de productos, y que ya queda para los anales de nuestra historia fílmica publicitaria.

Todos sus proyectos eran fruto de un estudio cuidadoso, una documentación exhaustiva, y un proceso tortuoso en el que los cambios y mejoras se sucedían hasta el último segundo, haciendo sudar tinta al equipo de producción. Equipo que siempre estuvo formado por magníficos profesionales, empezando por el pilar fundamental en su vida profesional que es su mujer Pamela, corazón de todas las estructuras de producción que posibilitaban las genialidades de Eduardo. Desde Pierrot hasta Spika, Pamela supo reunir a los mejores profesionales del medio para llevar a cabo las campañas más notorias para las principales agencias de publicidad. Continuando por su hijo Alejandro , tristemente fallecido en un accidente de aviación, pero que supo entender la manera de proceder de su padre y que junto a Pedro García, hicieron verdaderos milagros logísticos para conseguir que Eduardo plasmase en imágenes sus planteamientos estéticos.

Viajero infatigable, siempre buscando escenarios con los que sorprender, Eduardo fue uno de los pioneros responsables de abrir las fronteras de la producción audiovisual española de los años 80, planteada mayoritariamente en escenarios locales. Pocas productoras estaban preparadas para salir a producir fuera de nuestras fronteras, y Eduardo comenzó a plantear situaciones en localizaciones de otros países como Estados Unidos, India, Cuba, Marruecos, Inglaterra, Portugal, República Checa, etc. Sus campañas de Nescafé, JB, Larios, asombraban todos los años al sector con la vistosidad de sus imágenes.

Maestro en la narrativa audiovisual, su caligrafía refinada abordaba cualquier género con éxito, desde el Teaser mudo y meramente gráfico, hasta el humor pausado y anglosajón. Ahí quedan ejemplos como las campañas de Renfe, El Cuponazo, Iberia, o la maravillosa estructura narrativa de su gran premio en Cannes con aquellas monjitas que se afanaban en restituir tan delicado atributo a la estatua del niño  Jesús. Ahí queda también el “calvo” de la ONCE, generadora de numerosas secuelas para delicia de los estetas.

Desafió a la longevidad profesional, achacada sólo en España de ese síndrome fatal del “veteranismo” en el que las nuevas generaciones de creativos rechazan el talento profesional experimentado en pro de la “frescura” de nuevos realizadores, pues hasta el último momento estuvo rodando proyectos, demostrando con autoridad que se comete un gran error al no saber gestionar la experiencia en este país.

Eduardo supo crear su propia marca: Maclean, garantía de calidad, cosa que muy pocos han logrado conseguir y mantener en el tiempo, y se lleva con él toda una escuela de perfeccionismo que tristemente hoy en día, ya no puede seguir planteándose, pero que echaremos de menos los que supimos comprender su valor.