por Chema Cuesta
El pitch que nadie escribió
El 17 de junio de 2029, a las 03:47 AM, el sistema de inteligencia de marca de NEURON Corp. lanzó un pitch global automatizado. Nadie en la empresa lo redactó. No hubo reunión de equipo, ni Teams, ni cadena de emails. Solo una entrada de datos en su sistema de experiencia cliente: las ventas del segmento Z habían caído un 12,4% en las últimas 3 semanas.
El algoritmo reaccionó. Decidió activar el protocolo "Brand Revive Protocol_7b". Y con ello, generó automáticamente un brief de campaña, traducido en tiempo real a 44 lenguajes de prompt diferentes. El documento no salió por email. Fue transmitido en cadena a las principales plataformas de agencias IA registradas en el consorcio creativo digital internacional. Entre ellas: DDB.NOVA, Ogilvy-Gemini, BBDO Atlas... y la favorita:,MIRAGETM; una agencia 100% autónoma fundada y operada por agentes IA conectados a modelos multimodales.
Cada una de estas agencias tenía su propio ecosistema de agentes creativos. De hecho en MIRAGETM el proceso se inició en segundos: InsightSynth activó un barrido emocional de 140 millones de conversaciones sociales para detectar pulsos culturales emergentes; PromptComposer v12 generó 46 versiones visuales basadas en estéticas que cruzaban minimalismo nostálgico y cultura post-kawaii; y CopyForge empezó a probar titulares en tono empático, rebelde, irónico. Todo sin una sola persona interviniendo.
“Y en ese olvido, sin darnos cuenta, cedimos el espacio más valioso de todos: el derecho a emocionarnos con nuestras propias ideas”
En 34 minutos, MIRAGETM tenía una campaña completa: 3 ideas madre, 7 ejecuciones para redes, 2 para TV digital, un plan de medios adaptativo, y un manifiesto de marca generado a partir del modelo narrativo 6.1.24. El sistema no solo proponía. Evaluaba. A/B testaba. Recomendaba.
La presentación sin aplausos
A las 06:11 AM, el algoritmo de NEURON Corp. analizó las propuestas recibidas. Las leyó no con ojos humanos, sino con índices de previsión conductual. Escaneó el tono, anticipó reacciones, proyectó su rendimiento. La propuesta ganadora fue una pieza emocional titulada: "Si sientes que todo cambia, cambia con todo". No hubo presentación. Ni Keynote, ni discurso de cierre especialmente preparado por el equipo. Solo una notificación de confirmación: "Proposal 2C-GM12 accepted. Deployment scheduled for 21/06/2029."
Los humanos que ya no estaban
Esa mañana, Clara, directora creativa de una agencia creativa en Madrid, llegó a la oficina. Aún olía a café recién hecho. Abrió el correo. Ninguna mención al pitch. Otra vez igual. Ni siquiera habían sido invitados porque su agencia no tenía API de conexión directa con el sistema de licitaciones IA. Ya no bastaba con tener talento. Había que tener interoperabilidad.
La paradoja del criterio
Días después, la campaña fue lanzada. Tuvo un 92% de aprobación emocional predictiva. Se viralizó en 11 países. Fue tendencia, fue meme, fue loop. Y sin embargo, algo no encajaba. El mensaje era perfecto. Pero la sensación, vacía. Como si alguien hubiese tocado todos los botones correctos, pero sin saber por qué. Clara lo comentó con su equipo en una reunión informal: era frustrante.
Mientras tanto, nuevas marcas empezaban a adoptar el modelo. "Pitchless campaigns". Donde las decisiones creativas no pasaban por comités, sino por modelos predictivos. En las universidades de publicidad, los estudiantes aprendían a entrenar agentes, no a escribir titulares. En las agencias que sobrevivían, se valoraba más saber afinar un sistema que pensar una idea.
Y sin embargo, en las redes, en los bares, en la calle... las campañas que realmente te tocaban algo seguían viniendo de otro lugar: una mente, una emoción, una historia real.
Epílogo: la distopía
La distopía no fue que las máquinas ganaran el pitch. La distopía fue que nadie lo presentara. Que no hubiera silencios incómodos, ni cambios de última hora, ni una directora creativa temblando al pulsar el "play". Fue que ya no hiciera falta sentir nada para decir algo. Fue que olvidamos que una idea no se mide solo por su eficiencia, sino por su intención. Y en ese olvido, sin darnos cuenta, cedimos el espacio más valioso de todos: el derecho a emocionarnos con nuestras propias ideas.